Sobre cómo dormir en movimiento

Supongo que es un talento el hecho de que puedo dormir en cualquier medio de transporte. No importa si es un avión o el más incómodo de los buses. No importa si dormí las 8 horas diarias recomendadas por el doctor o trasnoché. Si hay un viaje que dura más de 1 hora, lo más probable es que tome un par de siestitas.
A veces son inducidas, las más involuntarias. Hay algo en la paradójica sensación de inmovilidad en movimiento mientras avanzamos a destino. Nunca he analizado las razones de esta somnolencia pero mientras más lo pienso, más se asemejan los viajes a ser mecido en la cuna. De allá para acá, de atras hacia adelante, de un lado a otro, no nos movemos, somos trasnportados. Nos dejamos llevar. Y me sumerjo en esa sensación de niñez, de comienzo de vida y de dependencia. En eso se me funden los circuitos y me pongo a soñar.

Lo más cercano a esto para mí y muchísimo más agradable que dormir en un micro o en un asiento de clase turista es flotar en el agua, estar completamente entregada de espaldas o con la cabeza metida en el agua, a la deriva, preocupada unicamente de la frescura que ésta me provee.

Es lo más parecido a volar.

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