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Morderse los labios

El taxi marcaba las 3:21 am, pero no se exactamente porque el cambio de hora me deja un limbo existencial por al menos un par de dias. Pero recuerdo eso, porque como siempre, miro hacia el lado, hacia cualcquier otro lado. Me muerdo los lados y observo a todo mi alrededor excepto adonde -se supone- debiese mirar. Y no es de nerviosa. Ni de molesta. Quizas un poco incomoda, si, para que vamos a estar con cosas. Es que hay veces que uno toma malas decisiones, por todas las veces que uno se ha tomado el tiempo de meditar y finalmente no hacer nada. Y al ver el reloj del taxi marcando las 3:21 am, con intermitentes sombras anaranjadas de farol mientras se acercaba a destino, esperé que realmente una racha de decisiones estupidas y mal tomadas compensen la cuota del año. Que como han sido bastante las decisiones -de no hacer, dejar hacer- a pesar de ser sin reales consecuencias terribles, de situaciones más bien olvidables y -esperemos- sin nada mas alla del anecdotario biografico, puedan

Ya no bailan

Mis amigos ya no bailan. No como antes al menos; con esas ganas frenéticas de moverse libres a un ritmo propio y a la vez enjugado con los beats y acordes circundantes. Una magia que nos unía, que siento haber descubierto tarde y me arrepiento de eso. Porque en algún momento asocié bailar a aparentar, a moverse sólo para atraer; no como un coqueteo ni como una interacción sino como el baile de aparamiento de las aves, esas que muestran sus mejores atributos para que la selección natural surta efecto. Pero no. Bailar para mí es ahora un grito kinético de libertad. Darle rienda suelta al instinto y al impulso, jugar a controlar y descontrolar los movimientos. Tiene flirteo y sensualidad algunas veces y algo de apareamiento también, es innegable. Sin embargo predomina el delirio, la traducción física del encuentro de las fibras íntimas del alma con ese despertador de consciencias y sbconsciencias que llamamos música. Y no importamos ni tu ni yo ni nosotros ni ellos. El protagonista es el