Incendio

 Creo que acabo de obtener una nueva insignia de vida chilena: pasar algún incendio o catástrofe natural de cerca.

Escribo algunas líneas porque en el tintero de los recuerdos todo se seca rápido y si no se archiva termina desvaneciéndose. Nada acabado ni concreto, pero si algo me queda claro es que estamos hechos tanto de las malas decisiones que tomamos y de las buenas medidas que tomamos para mitigar las consecuencias de ellas.

Mi mala decisión tal vez fue haber salido de casa, tomado ese bus, o tal vez incluso tratado de devolverme a mi hogar. Pero una vez ya encausada, no tenía otro remedio que llegar a puerto. 

Resulta que cuando llegue a la casa familiar de una querida estudiante, suenan todas las alertas de emergencia; todo a nuestro alrededor se quemaba, la nube negra y ceniza que sentí de camino estaba rodeándonos pero seguíamos desconectados (todo internet y teléfono no funcionaba, tampoco electricidad) en un oasis despejado.

Esto me envalentono para salir a tomar un bus a casa antes de que oscureciera, con la certeza de que si no lo tomaba en un tiempo adecuado siempre podría volver a ese hogar por refugio. 

El micrero 

Luego de caminar unos 10 minutos y esperar apenas unos 5 más, me subo a un micro con la sospecha de que es el último que pasará. No me importa mucho donde iba sino que me sacara de ahí, me llevara a un espacio seguro. Igualmente pregunto al chofer si va en dirección a mi ciudad. El micrero es muy sincero y nos grita que hará todo lo posible por dejarnos lo más cerca de viña y Valparaíso pero que su casa está en peligro y que no quiere volver a pasar por las llamas. Me parece razonable. A mitad de camino, todo se oscurece más rápido ya no solo por el sol que se esconde quien sabe ya por donde sino por las nubes que tornan todo de un ocre apocalíptico. El conductor toma rutas desconocidas para mi, y el miedo debió haberse conducido en mis facciones. Mucha gente se baja en lugares que no logro reconocer, calles oscuras y pequeñas, dando vueltas por lugares que no podría recordar ni de día, probablemente porque no sabía que existían. Es ahí cuando se sienta una chica a mi lado con un mapa y que Justo va donde yo voy. Me tranquiliza con la promesa de nuestro guía de dejarnos en un lugar central y yo he conseguido una compañera de aventuras. Nuestro heroe, a ratos sicopata al volante pero por sobretodo un poblador preocupado de su esposa y de su madre, cumple su promesa y se va al encuentro de los suyos mientras le deseamos la mejor de las suertes.



Sobrevivir el apocalipsis zombi

Mientras atravesamos humo y llamaradas, me convenzo a mi misma que esta es una experiencia que debo escribir y archivar en mi cabeza. No soy una persona que sobreespiritualiza todo o a la que todo acontecimiento es una lección pero con cada paso que dábamos, cada palabra de ánimo, cada decisión de seguir mientras mis ojos ardían y no sabia por donde escapar, mi mente solo se maravillaba de que estábamos sobreviviendo el apocalipsis zombi. Todo se veía tal cual las películas de fin de mundo, y le agregue el sentido del olfato a aquellas escenas. Me dije a mi misma que caminaba tanto y rápido no solo porque tengo buena resistencia sino porque tenía una compañera de camino. Una chica en extremo amable, y que tenía el mismo potente objetivo: volver a casa. Tener algo que contar, contar con alguien en el camino y un destino definido realmente hicieron que ni siquiera llegara cansada y que el humo que llenaba mis débiles pulmones y mis ojos irritados fuera secundario. Creo que podría sobrevivir el apocalipsis zombi.



Fuego 

Para sobrevivir le seguía el ritmo a la muchacha que más joven que yo, a ratos también era más rápida y no andaba con sandalias ni shorts más cortos que mis rollizos muslos. Pero para sobrevivir simplemente seguíamos, muchas veces en silencio, respirando cómo podíamos, viendo gente evacuar en dirección contraria a la nuestra. Tuvimos para seguir, que ignorar el fuego. El fuego omnipresente, que saltaba en llamaradas calcinando las casas que pasábamos. Caminamos al menos por tres focos de fuegos muy de cerca, donde sentimos calores intensos, vimos lluvias de chispas y corrimos en medio de una carretera rodeada de árboles rojos iridiscentes. El ardor, el calor, el susto de escuchar explosiones más atrás de nuestros pasos fueron cosas que ignorar para poder caminar. Aunque invitamos a otros a unírsenos, la mayoría de las personas seguían su camino, y para poder seguir el nuestro tuvimos que desoír a todos aquellos que gritaban el nombre de sus personas perdidas, a aquellas personas que por el teléfono avisaban y lloraban porque lo habían perdido todo, evitar las miradas tristes y acongojadas de quienes no sabían bien donde ir. Solo saque una foto porque ante tanto fuego, documentar in situ me dio pudor.



Agua 

Mi señal iba y venía, y mi teléfono fue otra más de las cosas que ignorar hasta sentirme a salvo y Cerca del hogar. Precisamente cuando estábamos entrando a la ciudad, donde de pronto todo tenía una referencia, fue que comencé a llamar y responder mensajes y también a sentir las ampollas que se me habían formado en la planta de mis pies y la sed. Que no sabía que tenía. Tuve miedo de pedir agua antes porque no quería obstruir mis vías respiratorias, pero aunque aún alta en adrenalina y no todavía en el hogar, el cansancio y la sed acusaron recibo. Ya en la ciudad me doy cuenta que, así como quienes no tenían hogar a quien ir, habían muchas personas sentadas en plazas, esperando un desenlace o una confirmación de seguridad. Todo era un poquito más de caos pero me vuelvo a asombrar de la bondad humana al recibir gustosamente un vaso de agua de vecinos que salieron a entregar a quien necesitara, y también de la botella con agua que mi compañera de casa y su prima me llevaron al encontrarme en el camino.



Deben haber tantas historias y aunque la mía es apenas una ínfima aventura, me duelo con las pérdidas materiales y ruego a Dios porque no hayan pérdidas humanas en esta catástrofe de este verano. Me doy cuenta también que cuando estas en medio de todo no te queda más que poder dar el próximo oso, seguir y sobrevivir. Estando más lejos si, tenemos espacio y privilegio de lamentarnos por esta situación, gritar fuerte contra esta injusticia climática que nuestro propio sobre consumo ha disparado y rogar con fuerzas por un futuro donde el fuego caliente y sea creación, no destrucción.


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