Falta la lluvia

 Escucho la gnossienne 1 de Satie. 

Estoy recostada en el sillón de mi departamento, y otra vez me lleva la nostalgia a algún lugar. Esta vez no es Shanghai, mi recuerdo favorito fabricado en mi cabeza. No es uno, sino muchos momentos y sensaciones:

-paredes revestidas de madera, cuadros y muebles muy antiguos. Todo desagradablemente café, pero singularmente atractivo, quizás por la historia que se esconda. Capaz y suena la radio El conquistador.

-El aroma de los libros viejos que tanto fascina; los puestos de libros de segunda mano en las galerías de Manuel Montt en Santiago, especialmente una que hace solo unos meses desapareció y que era una parada de algunos segundos cada vez que iba de la mano de mi querida tía abuela hacia el taller literario.

-hojas de roneo, con su aspereza que tanto me desagrada. No hay peor sensación que lo que no es suave. 

-algunas oficinas que aún conservan ese aire setentero en la usach.

-La buhardilla de aquella casa en providencia, un lugar mágico del que probablemente ya he escrito antes: una pared completa llena de libros en francés y en español, piso alfombrado, tablas para escribir, muchos cojines y uno que otro sillón de un cuerpo. Es un espacio acogedor y a simple vista esta el taller de restauración de la hija de Jacqueline. No he querido caminar por esa calle por miedo a que mi ilusión y recuerdo de tardes de miércoles se haya convertido en un edificio.

-El olor de los clavos de olor sobre una estufa a parafina.

Muchos de estos recuerdos los recuerdo en días de lluvia y sigo escuchando la gnossiene que me dice que la nostalgia que me producen estas melodías son como un secreto. Son vivencias que no he compartido, sino que son sensaciones que se repiten una y otra vez cuando me encuentro en esos espacios que se resisten a cambiar con el paso del tiempo pero que aún así se decoloran, envejecen. Recuerdos ajados para que fabriquemos historias, como yo en Shanghai con la gymnopedie y claro de luna. Ese secreto no me molesta compartirlo con alguien porque si te lo presto y caminamos juntos, sé que volverá a mi una vez que nuestros caminos se separen.

Vuelvo a la gnossiene,vuelvo a la lluvia. El olor del petrichor, el salir con botas,  los colores más nítidos, todo ya parece en si mismo un sueño nostálgico. Porque donde estoy y en el tiempo que estoy, aunque debería, ya no llueve. Y si llueve, vivimos en una circunstancia tan absurda que nos mantiene encerrados lejos de las gotas, lejos de esa urgencia por volver al hogar, al calor.

Tengo tantas recuerdos y sensaciones que pensé que eran molestas pero que ahora reconozco maravillosas, y estas las trae la lluvia. Ese secreto de los recuerdos más primarios, no esos que llevan una historia sino un sentimiento: sábados sin novedad en el colegio donde iba a los scout... tierra hecha barro y manos congeladas. Noches en que iba a los barrios coreanos de patronato a buscar mi montgomery que use por más de una década ya hasta casi salir de la universidad: entrar y salir de esas tiendas de ropa calentitas con olor a clavo de olor, tostadas y a veces kimchi jigae. Mi infancia en el taller literario cuando en invierno y hacia frio, nos cobijábamos en el calor de la buhardilla y salir al frio y humedad por un par de segundos, pegándome alguna hoja caída de un árbol en los zapatos de colegio para entrar luego al auto de mi papá. 

Tanta lluvia, tantos recuerdos, tantos pasos con cuidado, para después encontrarme con mañanas luminosas como la gymnopedie. Yo extraño el otoño, extraño ese frío, extraño esa humedad que me traía al calor y a esos recuerdos y sensaciones que solo comparto conmigo. Me hace falta la lluvia, me hace falta compartir la calidez que contrastaba con el clima.

¿Será que más temprano que tarde también sienta nostalgia de este momento? Por mientras solo añoro, como todos, poder retomar los caminos que crean recuerdos. 

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