Maletas

Como siempre, comienzo robándole a la noche esos minutos dispuestos para el sueño, que sin embargo terminan siempre merodeando por los mismos recobecos de mi mente, mientras apaciguo la vista en las luces anaranjadas y damasco que se cuelan por las persianas. Al igual que en mis peores tiempos, esos en que el corazón y mente agotados o los días sin tiempo no dejaban que me dedicara a mis quehaceres, mi pieza es un soberano desastre. Hay cajas cerradas, maletas que expelen ropa a borbotones que caen sin complejos en cualquier espacio disponible. La novedad del efímero plasma que pronto se irá de aquí está opacada por los cerros de libros y torres de papeles que, como la de Pisa, se mantienen en un delicado equilibrio, queriendo caer mas manteniéndose en pie, agarrados por una invisible y fútil misión de evitar el declarado caos. Mi cama es como un remolino de sábanas y plumón que tratan de envolverme en su compás, pero yo giro a contrareloj.
¿Es así cómo se siente volver? Porque así como soy pésima para las despedidas, debe haber algún circuito mágico que me permita adecuarme de manera instantánea, o simplemente sentir que nada pasó. Que las cosas serían igual de distintas si yo hubiese estado aquí.
La sensación de animación suspendida en la que me encuentro no me es extraña ni incómoda, aunque es peculiar. Me dan ganas de haber llorado al irme de mi hogar y de mi destino o de haber llorado al volver a mis seres queridos. O de quizas sufrir el mentado síndrome Erasmus, eso del shock cultural en reversa, y tantas otras cosas. Y a la vez siento que pasar por eso es perder el tiempo. Que los lugares se construyen con experiencias infinitas, inventadas y vividas, y ver que el mundo y los amigos avanzan a pesar de uno es la mejor manera de darse cuenta del propio egocentrismo.
Todo es un continuo viaje, y mi espíritu se fortalece con las distancias, aprovecha los días, los encuentros, los abrazos, mi alma vive de nostalgias incesantes que me mantienen el corazón de carne y la mente alerta. Quizas lo único que nunca pueda manejar en estas situaciones son mis maletas, que estallan en desórdenes infernales donde quiera que aloje, hasta que encuentre mis tiempos, mis rutinas y me coordine con el son de la nueva canción.
Por ahora lo que queda es nadar para no ahogarme en la dimensión desconocida en que se está convirtiendo mi dormitorio y subir....tomar aire y volver a comenzar.

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